Aquí no baja el viento, se queda aquí en las
torres, en las
largas alturas, que un día caerán abatidas, arrasadas de su
propia ufanía.
Desplómate, ciudad, de hombros terribles, cae desde ti
misma.
Qué balumba de ventanas cerradas, de cristales, de
plásticos, de vencidas, dobladas estructuras
Entonces entrará, podrá bajar el viento hasta el nivel del
fondo y desde entonces no existirá más arriba ni abajo..
Vino el que yo quería,
el que yo llamaba.
No aquel que barre cielos sin defensas,
luceros sin cabañas
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caidas de una mano,
un nombre
un sueño
una frente.
No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para, sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.
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(De «Sobre los ángeles»).
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